domingo, marzo 25, 2007

La Noche de mis Sueños

Inicio: lunes 25 de septiembre del 2006 (12:51 pm)
El viento empujó la ventana dejando entrar un cálido aire que transportaba el dulcísimo aroma del mar. Yo, recostada en mi cama, víctima de mis sueños recurrentes, me encontré súbitamente inmersa en un nuevo lugar, que en realidad no era tan nuevo pues simplemente estar ahí provocaba la más inocente sonrisa, que a la vez era provocada por la más tranquilizante felicidad. Por obra de los recuerdos tu imagen llegó a mí, fue tan repentino este suceso que logró sacarme del mundo de las fantasías y volverme al mundo terrenal.
Desperté llena de incertidumbre, pues no entendía lo que acababa de suceder. Mas la calidez que invadía el cuarto no tardó en regresar esa hermosísima sensación de pertenencia que sólo tú producías en mí. Saqué mi cuerpo de las sábanas, cosa que me permitió sentir con más intensidad la extraña atmósfera que había sustituido la monotonía de la helada soledad.
Caminé hacia la ventana y asomé mi cabeza. Para mi asombro, la noche era perfecta, el cielo completamente negro cubierto de estrellas y un silencio cautivante interrumpido por pequeñísimas ráfagas de viento, fenómeno totalmente ajeno a una ciudad donde el ruido y un cielo siempre gris producto del exceso de vida son la cotidianeidad. La luna era también perfecta, un foco redondo y blanco reinando sobre un mundo de eterna obscuridad.
Me perdí por un tiempo en la melancolía de la ausencia y la felicidad de mi sola existencia. Conforme pasaban los minutos y los intensos recuerdos acompañados de su respectiva emoción saturaban mi cuerpo, vi al cielo dibujando formas con líneas parpadeantes color plata.
No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a ver un camino brillante que al principio parecía indefinido y poco a poco fue dibujando su ruta hacia mi ventana.
Mi incredulidad y extrema racionalidad me obligaban a pensar en estas alucinaciones como producto de un interminable insomnio que había comenzado semanas atrás. Pero mi insaciable gusto por la fantasía me llevó a trepar por la ventana y a comenzar a trotar por un camino cuyo final no podía vislumbrar.
Supongo que más que mi enorme disfrute de la irrealidad, lo que me llevó a cometer tan impulsivo acto fue la urgencia que sentía por romper la insuperable melancolía que me conquistaba noche tras noche, pero que sin embargo, se había convertido en la única forma de seguirte viviendo, aunque fuese sólo parte de un delirio en el que sólo existías en la inmensidad de los sueños "hechos realidad" por medio de la magia de la mente.
Pero lo importante en esta historia es relatar lo que me aconteció aquella noche, no lo que seguía sintiendo por tí. Tras trepar mi ventana, me quedé unos segundos superando mi miedo a las alturas, pues no estaba segura de que aquel camino fuera tangible. Y el temor no sólo era de caerme, sino de que si aquello ocurría realmente sabría que había entrado al mundo de la irrealidad.
Coloqué lentamente mi pie derecho sobre la superficie plateada, mientras seguía sentada sobre el marco de la ventana. Cerré mis ojos, como niño tocando por primera vez algo que le da miedo, deseando con todo mi corazón que aquello fuera palpable y que aquél camino me llevara de vuelta a tí.
Para mi sorpresa, era tan real como el piso de mi cuarto, y tan cálido como el viento que me había envuelto entre suaves recuerdos. Con toda la seguridad e ilusión de encontrar eso que tanto tiempo llevaba buscando, bajé mi otro pie lentamente y me paré sobre el principio de lo que sería un largo camino. Comencé a dar pasos cortos y lentos, disfrutando la simple sensación del suelo completamente liso y del viento soplando mi cabello como hojas que caen de los árboles y vuelan libres sin destino alguno. Así me sentía yo, libre y frágil, y sin embargo tan completa y segura.
Caminé al mismo ritmo un largo rato, mientras observaba intensamente el movimiento de las nubes quienes dialogaban íntimamente con el viento. El viento murmuraba frases sonoras llenas de musicalidad, mientras las nubes se dejaban llevar por éstas en una danza que denotaba festividad.
Envuelta entre cobijas de suave vapor y destellos de color, el viento me tomó entre sus brazos y me arrojó a volar. A pesar de que no podía ver ni sentir el par de alas que recién habían nacido en mí, no había duda de su existencia, pues flotar en el aire sin alas sería imposible.

Pero ahí estaba yo, suspendida en el aire, viajando sin rumbo, dejándome llevar por lo que el destino me tuviera preparado.
Aunque la incertidumbre y el disfrute de mi sola existencia se habían convertido en algo ahora familiar y extremadamente liberador, deseaba encontrar un fin a mi viaje, necesitaba una explicación de lo que estaba sucediendo y que aquella solucionara mi encrucijado camino y me llevara de una vez por todas hacia tí. Desafortunadamente ninguna de las criaturas vivientes danzando alrededor mío podía darme respuestas puesto que, aunque de cierta manera estuvieran conversando conmigo, no compartíamos el mismo lenguaje o eso es lo que creía en aquél momento.
Tras varias horas decidí quedarme quieta por un rato, así es que busqué la nube más suave y me senté sobre ella. Seguía siendo una noche espléndida, pero la ausencia de alguien con quien compartir tanta belleza seguía hundiéndome en la melancolía. Esta vez me perdí en la blancura del algodón que cada vez invitaba más a refugiarse en él.
Mis ojos buscaban sin descansar aquello que me hacía falta, aunque con cierta resignación, al fin y al cabo la soledad parecía haber sido siempre mi única e incondicional compañera. Eso explica la enorme sorpresa que se llevaron cuando vieron que en lo alto se estaba trazado el contorno de una imagen que comenzaba a romper la soledad. Sin pestañear, se fijaron en esa sola imagen que poco a poco, despejada por el viento, se hacía más clara. Era una criatura tan bella como la luna, mas era tan frágil que temía que se desvaneciera en cualquier momento. La melancolía insuperable que había estado sintiendo de repente encontró un aliado cuyas lágrimas no dejaban de caer por su delicado y desesperanzado rostro. No dudé en volar hacia él.
Cuando retomé mi vuelo algo extraño sucedió a mi alrededor. El algodón se tornó gris y formó una sola masa inmensa cuya vista movía en mí una sensación incontrolable de desolación. El cielo que hasta ese momento no había cesado de entonar dulces melodías comenzó a rugir. El viento soplaba tan fuerte en contra mía que sentí que me arrastraría hasta el fin del mundo. De pronto todo ese despliegue de furia se detuvo y pequeñísimas gotas de agua comenzaron a caer. Me sorprendió que aquella primera gota que sentí resbalar por mi mejilla no estuviera fría, hasta que al seguir su rastro descubrí que venía de mí. Pero las gotas que seguían cayendo también eran cálidas. Fue cuando me dí cuenta que el cambio tan repentino de atmósfera había sido provocado por el insuperable dolor del ser que acababa de encontrar.
Seguí intentando volar hacia él, pero cada vez me era más difícil debido a la intempestuosa lluvia que iba haciéndose más rápida y fuerte. Lo que alguna vez había parecido un rebaño de ovejas, se había convertido en un mar eterno flotando sobre la nada, el cual levantaba olas enormes ante las que a cada segundo estaba más cerca de sucumbir. Mi cuerpo, cansado de luchar durante horas contra aquella desgarradora furia, dejó de moverse. Caí al agua y mis ojos se cerraron. Me sumergí ya sin conciencia de nada.

. . .

Mis ojos se abrieron nuevamente. No lograba descifrar nada a mi alrededor. Pronto, conforme retomé conciencia encontré forma a todo y ví que seguía sumergida bajo el agua. Supongo que varias horas habían transcurrido ya que todo en aquél momento estaba en calma. Saqué mi cara al aire sin saber qué esperar. Nunca imaginé que un paisaje tan hermoso pudiera existir, era un mar infinito cubierto de pequeños diamantes que resplandecían de manera semejante a aquellas estrellas que en un principio me habían cautivado. Sin embargo, seguía siendo un mar desierto. Nadé, tratando de encontrar una superficie menos profunda sobre la que pudiera caminar.
Tras dar unos cuantos pasos me encontré con aquello que había estado tratando de alcanzar. No podía creer lo que veía conforme me dirigía hacía adelante. Ahí estaba! A sólo unos cuantos metros varado sobre una roca, mirando el horizonte perplejamente desolado.

Después de haber ansiado tanto poder acercarme a él, me dí cuenta de que no sabía si quería hacerlo, pues a veces es más perfecto mantener una ilusión que volver las cosas realidad y enfrentarse con la incongruencia entre lo que fantaseamos y lo que es. Tenía miedo de que ese ser huyera, de que yo no fuera real para él y de que nuestra soledad fuera más fuerte que la compañía.

Sin anuncio alguno, volteó su rostro hacia donde yo estaba. Me quedé paralizada, no había decidido aún y, sin embargo, el universo tomó control e hizo que enfrentara mis miedos y viviera aquello que estaba orquestado para mí en la noche que cambió mi vida. Yo seguía sin poder moverme, pero mis ojos en ningún momento se desconectaron de aquellos ojos que me habían desarmado por completo. Voló lentamente hacia mí, con la misma curiosidad que yo lo habría hecho si mis dudas no me lo hubieran impedido.

Sin más, mi reflejo estaba parado delante de mí, pude ver mi miedo, mi tristeza y mi soledad en un otro que no era parte de mí, pero que al mismo tiempo parecía ser lo que yo era. Parecía algo tan ilógico, tan mágico, era el todo y la nada, me sentí llena dentro de un absoluto vacío en el que mi misma alma se había perdido. Me había convertido en la ausencia y totalidad del universo.

Primero perdí los límites de mi cuerpo, era el agua, las estrellas y el viento. Y aunque fue una experiencia un tanto aterrorizante, podía seguir existiendo. Mis pensamientos, mis sentimientos y mis sensaciones eran lo que me definía realmente, perder mi cuerpo, por tanto, no era perderme. Pero cuando esa indiferenciación entre yo y el mundo se extendió a esas partes que aún me permitían SER, fue cuando sentí que desaparecía, pensé que moriría convirtiéndome en nada. Mi angustia se convirtió en llamas, mi llanto se convirtió en tormenta, yo me convertí en estrella, él se convirtió en mí.

Seguía existiendo, pero mi existencia había adquirido una nueva significación, parecida a todo lo que había sucedido en esa noche extraña. Comprendí por qué aquellos extraños fenómenos que habían acontecido durante las horas anteriores, a pesar de ser completamente irracionales me eran tan familiares y significativos. No sólo me pertenecían, es decir, no sólo eran algo un objeto fuera de mí al que yo poseía; sino que eran YO.

Eso hubiera sido suficiente para llenar un vacío o para vaciar un todo tan abrumador. Mas al descubrir mi todo había perdido de vista el elemento que me había motivado a enfrentar todo eso: encontrarte a tí. ¿Dónde estás? ¿Porque aún no puedo verte? ¿Acaso todo este viaje fue en vano? Nada importa sin tí.

La tristeza me invadió por un momento, todo se volvió gris y un poco siniestro. Abrí los ojos y detuve aquella locura a la que creí estaba lista para recibir. Regrese a mi cuerpo. Caminé hacia la arena blanca y tan sólo me recosté. Lloré y me recubrí de gotas abatidas por el dolor, plasmadas de millones de emociones diferentes.

Unas más intensas que otras. Algunas cálidas, algunas heladas. Todo se lleno de colores, todo se llenó de luz. Era sorprendente que el color de la tristeza que tan monocromático me había parecido, ahora estuviera lleno de vida.

Nuevamente me hallé al borde de mi cama, o eso sentí, pues mis ojos ahora estaban cerrados. El mismo aire cálido que me había despertado e insitado a comenzar mi travesìa, había impregnado nuevamente la atmósfera a mi alrededor. Mis sábanas eran una mezcla arenosa que de vez en cuando cubría mi cuerpo de agua tibia impregnada de un olor irresistiblemente alentador, un aroma que ciertamente llenaba mi ser de un amor puro que elevaba mi alma y colmaba mi corazón.

Mientras el agua cubría mi cuerpo, empecé a sentir un cosquilleo en mi piel. Se extendió poco a poco desde los dedos de mis pies, elevándose por mis piernas, rozando mi vientre, mi pecho; acarició mi cuello, sopló uno por uno de mis cabellos. Mis moléculas se extendieron en la inmensidad del cielo, separándose la una de la otra, parpadeando en perfecta armonía. Cada una de sus voces, cada uno de sus destellos creando una orquesta que tocaba una majestuosa melodía.

Fue hasta ese momento que comprendí todo. ¿Cómo pude ser tan incrédula? ¡Siempre estuviste aquí! Aquella brisa, aquel aroma, aquel calor. Aquella sonrisa espontánea, aquel susurro. Aquel camino, aquella luz. Aquella lágrima, aquella plenitud. Aquel todo y aquella nada.

¡Qué ciega fue al pensar que debía encontrarte! ¡Qué sorda fuí! ¡Qué poca fé tuve en tí!

Y fuí YO la que nunca quiso ver, la que nunca quiso oír, la que nunca quiso creer; la que decidió morir. Fuí yo la que decidió desaparecer el mundo y la vida. La que para hacerlo, se arrancó los ojos y vertió lentamente su sangre sobre la arena.

Y fuiste TÚ quien, a pesar de la traición que cometí al dejar de creer en tí, me dio una segunda oportunidad. Decidiste que yo volviera a ver, a oir, a sentir y a vivir. Me diste tu vida. Vaciaste tu sangre sobre mí, regresando el calor a mi cuerpo y a mi alma. Cediste tu vida con tal de que yo me diera cuenta de aquello que había hecho sin darme cuenta.

Y por qué si todo eso es cierto estás aquí... ¿por qué sigues aquí, si yo también lo estoy?

Diana

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hola me encanto tu cuento, me gusta como describes y me gusta tu imaginacion!!!!!!!!!!!!! ajajja bueno me tengo k ir te cuidas mucho ok.

sant

fragmata dijo...

hola! solo quería saludarte, me di una vuelta por aqui...sigue escribiendo!
besos!

Anónimo dijo...

que paso? donde estas?

Dante d If dijo...

wow, que forma de escribir, se nota que eres una persona especial. sigue escibiendo y seguire pasando por aqui.

th3king dijo...

hola vengo a robarme una de tus imagenes


disculpa la molestia

adios.