jueves, abril 12, 2007

Un cuarto obscuro y una frágil luz al fondo.
Un pequeñísima vela alumbra la infinita obscuridad.
Miedo a la obscuridad, miedo a andar a ciegas.
Trato de mantener esa escasa fuente de seguridad, alimentándola de oxígeno e impidiendo que una súbita ráfaga de viento la apague.
Tú, por otro lado, pareces más cómodo en la obscuridad, pero es obvio, estás acostumbrado a vivir en ella.
Sin embargo, sé que en el momento en el que se extinga la luz y yo te obligue a moverte de ese rincón, al que has vuelto tu hogar, tan sólo seremos dos almas aterradas, explorando un lugar del que no sabemos qué esperar.
Miedo a que ni siquiera llegue a eso, pues sé que es muy probable que tú prefieras tu rincón y yo prefiera mi luz.
Diana

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