miércoles, julio 04, 2007

Sueños III

La obscuridad se convierte en un albergue. Acerco mi mano a la perilla, doblando imperceptiblemente mi mano la tomo entre mis manos y la giro lentamente. Empujo la puerta con la punta de mis dedos, tratando de evitar cualquier crujido de la madera. Cierro la puerta detrás de mí. Me sumerjo lo más lenta y silenciosamente. Los dedos de mis pies apenas rozan el suelo, mientras mi cuerpo baila al ritmo de la ausencia de sonido. Me detengo y cierro los ojos, pues sólo así entraré en sintonía con este mundo. Mi respiración y mis latidos se vuelven casi mudos. Las paredes se van separando cada vez más hasta que desaparecen. El viento comienza a soplar, erizando mi piel. Extiendo mi mano y con mi dedo comienzo a trazar un rostro en el vacío. Comienzo por los ojos, sigo con la nariz, tardando un poco más en los labios y por último el contorno sin olvidar cada uno de los cabellos. Mi dedo sigue su camino dibujando un cuerpo perfecto, hasta la punta del dedo más pequeño del pie. Ahora sólo necesito darle vida. Comienzo a rozar ese rostro perfecto con el dorso de mi mano, comienzo a sentir calor en aquella piel. Con el dorso de mi dedo indice comienzo a tocar un cuello que se estremece al contacto con mi piel. Bajo mi mano hasta tocar la suya. Levanto la vista y me encuentro con una mirada que penetra profundamente en mí. Sigo el rastro de ese brillo tratando de ver más allá. Me pierdo en ese momento. Ahora es mi piel la que comienza a calentarse. Mi respiración y mis latidos aumentan su ritmo. Ahora soy yo la que estoy siendo trazada en el vacío, a la que se le está tratando de dar vida. Miradas conectan nuevamente, sólo que esta vez esos ojos se abren para someterse al dominio de la obscuridad.
Diana
¿Para qué son los sueños si no son para hacerlos realidad?

No hay comentarios.: