Me cuesta tanto entender que las estrellas están destinadas a extinguirse.
Es difìcil afrontar el hecho de que día tras día me enamoro más de ellas y que a pesar de eso, y para mi desilusión, no están destinadas a existir en mi mundo.
No están destinadas a seguirme en el camino de regreso a casa y mucho menos a alumbrar mis días.
Sin embargo, siempre existirá ese lugar mágico, una noche maravillosa, un punto de encuentro entre mis deseos más profundos y sus anhelos de alumbrar a aquellos que no sólo son capaces de verlas, sino de admirarlas y amarlas por lo que son. Unos segundos para algunos, unos minutos para otros y una vida para pocos. Esos pocos son aquellos que en algún momento de su existencia perdieron el miedo a ver y desde ese momento despertaron a una nueva realidad llena de vida y quedaron inmersos en su belleza. Quedaron condenados a vivir en la luz de la esperanza de que en algún momento dejarían de ser estrellas y, tomándolos de la mano, caminarían con ellos de regreso a casa donde iluminarían sus días para siempre.
Diana