Al decidir entrar a este lugar nunca te pedí permiso para hacerlo. Parecía que tú me habías dado la llave, pero al parecer no abría la puerta que yo esperaba. Terminé por no abrir tu puerta sino por refugiarme tras aquella en la que esperaba encontrarte y de la que sólo yo tenía la llave.
Al entrar te dejé la puerta abierta, pero olvidé dejar rastro del lugar al que partí. Creí que lo conocías, creí que estarías ahí. Supongo que lo olvidaste o escapaste antes de que pudiese verte.
Después de esperar, por fin logro verte. Estoy feliz de que estés ahí.
¿Qué pasa? ¿Por qué no entras?
¿Acaso no escuchas mi voz pidiendo que vengas a mis brazos?
No lo entiendo, pero te veo dar la vuelta sin dudar. Te alejas poco a poco mientras las lágrimas humedecen mi rostro y congelan mi corazón. Sé que tal vez tus lágrimas también estén cayendo detrás de ese rostro inmutado por viejos dolores. Sin embargo, no logro ver nada más que tu sombra difuminándose lentamente entre los muros que tardaste años en construir.
Ahora estoy aquí sola en un cuarto que ya conozco. El problema es que sin tí no hay luz que me permita verlo ni explorarlo. Debo encontrar mi propia luz. Lo mágico es darme cuenta que mi luz nace de tí, de todo lo que has dejado dentro de mí.
Diana